el espíritu de Díos, en la majestad del verbo profético.
Después las mujeres empezaron á revolverse para dar paso á la procesión. Los ministros adelantaban con la nueva luz, hacia la copa de mármol, fuente del agua de vida.
Brillaba el poder y la hermosura del amor infinito. El pozo de Jacob puede extinguirse, la suave Samaritana abandonarle, y si hay quien niegue el odre á los hijos de Nazaret: ¡qué importa!
Mas mi cabrero, ajeno á todo, se agitaba en un limbo. ¡Bella gracia para él, que los ángeles celebrasen en el cielo como los fieles, los misterios santos! Se hincaba, se ponía de pie y volvía á hincarse, rabioso por lo largo de todo, luciendo su alma de bruto en el rostro impasible.
Como un clamor vibrante estalló el ruego de las letanías; desfilaron los nombres seráficos capaces de volver los ojos á la miseria, y espiró el coro con el grito de una suprema esperanza.
Luego los rostros se animaron; aparecían los oficiantes con sus dalmáticas de nieve. Ligera brisa rizaba el paño negro del altar mayor, y se llenaban los espíritus de alegría profunda.
En el silencio se oyó un frote: mi vecino se