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CUENTO DE PASCUA

rascaba los brazos, la cabeza, el pecho; y se siguió rascando cuando el altar coronado por un cielo, resplandeció sin luto, frente al coro erizado de trompetas. Cuando el incienso subía con un reflejo de luz gloriosa, los ventanales giraban, y el sol se teñía de colores en los vidrios. Cuando los acordes del órgano corrían por los arcos, en la cúpula, como en vibrante caja sonora, se fundían, crecían, se despeñaban, y las vírgenes, santos y profetas, sonreían á la ilusión de la fe estremecida por el contento.

Sin disputa era una bestia mi antiguo amigo. Y he ahí, que alguien quiso burlarse de mi juicio, haciendo que mi alma se estremeciera con la suya.

Subía al pulpito por la primera vez un joven. Chata era su frente, vulgares sus facciones; pero vivos, inteligentes, sus ojos pardos. Pálido como la emoción, empezó su discurso; y luego serenado habló con elocuencia. El cabrero le miraba, como yo le viera en otro tiempo mirar los racimos de uvas en sazón, y á cada período decía con el gesto: —no lo entiendo, debe estar muy bien.

Pero cuando el joven pintó la Resurrección; cuando vibró el rasgo imaginativo, que como relámpago hiere toda niebla, se estremeció aquel bruto. Le vi buscar los ojos que le