— Soy de terciopelo negro como la noche y alegre como la alegría. Traigo reminiscencias de otros países y de mujeres que han muerto dejando por memoria algo como un perfume. Yo digo los transportes del amor, las embriagueces de la fiesta; soy una noctámbula luminosa. Cubría la faz de Romeo, cuando besó por primera vez la mano de Julieta; pero he cubierto ¡cuántas veces! la lívida faz del amor sacrílego.
Los poetas vibran con mi fiebre, y en sus retinas, á través de mis ojos huecos, refléjase un mundo de colores. Soy la buena alegría; pero ¡ah! también el crimen. Soy la felicidad; pero cuántos van pálidos de dolor bajo mi sombra!
Dí á los que amas, dí á los que odias, y á los que lloran y á los que ríen: hela aquí, con su frente impasible, con su barba negra, con sus ojos sin pupilas ¿quién ha dejado de llevarla?
Oí los apostrofes y callé. Hablaban un idioma distinto y se confundían en un abrazo.
Amo las fiestas, que alumbran visiones, que ponen el alma triste, al desvanecerse como sombras chinescas.
Y la estatua con la voz del bronce, clamaba:
— Oh! las frívolas torpezas de un mundo de trapo!
Me levanté entre la nube de humo, cerré el