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78 — Una velada

— Vengamos á cuentas — exclama un viejo octogenario:— Qué nos importa de lo antiguo, y ni aun que el cólera ande merodeando en los alrededores de Genova? ¿La peste de Buenos Aires puede ó no asolar el campo?

El médico se repantigó en su asiento. Todos clavaron en él la vista, pero don Juan Benítez, malogrando otra nueva conferencia, exclamó al punto:

— No sale de las costas; es científico. Ni aquí, ni aun en Flores habrá un solo caso.

Se sintió en la rueda respiro de feliz holgura, y un fraile franciscano sonrió melancólicamente. Su actitud atrajo la atención.

— ¿Marcháis siempre, padre?

— Mañana mismo.

— Pues es valor!

— Es voluntad de Dios.

Lo dijo con suave acento, aquel que parecía arrancado de un lienzo de Ribera. Su alta figura, coronada por rostro de líneas angulosas, vivía en el sayal como en cota de combate. En las pompas funerales de Carlos V, modulando un responsorio, hubiérase destacado como el símbolo estético de una raza. Cuando callaba, envuelto en la capucha, desprendíase de su inmóvil actitud la paz y la tristeza de los antiguos conventos. La caridad dulcificaba su voz; la contradicción la hacía tronar; la fé le daba tonos para plantar en los