Página:Cuentos (Ángel de Estrada).djvu/95

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
Una velada — 85

siempre, y más espantoso aún, visto á la luz del alba.

Yo no me levanté ya, y el contagio me tuvo al borde del sepulcro. Cuántas veces en el delirio de la fiebre se me apareció la figura aquella. En algunos instantes mi temor se disolvía en compasión ante sus ojos de supremo martirio. Pero casi siempre acrecía mis congojas, en la agitación de un baile que al son de un pico de gas y de un reloj contrastaba terriblemente con la quietud de los muertos. Y era implacable el gas en su canto, y había una eternidad de angustia en cada vaivén del péndulo que cortaba con su tictac el tiempo infinito. ¿Qué era aquel muchacho? ¿Era la fatalidad, la locura, el espanto? ¿Era un símbolo de la ciudad de luto, que evoca la consternación de las antiguas, malditas de Dios y de los ángeles?... Qué sé yo! Pero las estrellas, no lo dudéis, señores, miraban sí, desde la paz del cielo, con estremecimientos pálidos, la casa trágica. ¿A qué me hacéis recordar estas cosas?

Los que miraban, podían pensar en tanto: ¿no es éste también un loco? Sus ojos extraviados, encendidos, parecían ver sobre la mesa la visión; y su ademán descompuesto contrastaba con la figura del fraile, envuelto en nimbo de celeste serenidad. El silencio se hizo tan profundo que creyérase auscultar el