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Página:Cuentos (Ángel de Estrada).djvu/96

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86 — Una velada

aleteo interno de cada espíritu. De pronto el rostro del fraile se animó. — Ah! se dijo, tienen miedo, y la palabra se agitó en sus labios, para decir las glorias de la caridad que hermosea, del dolor que purifica, de la fé que triunfa de la muerte. Quería que todos recogiesen, el noble manto caído, al convaleciente, y corriesen á la ciudad por el amor de Dios y de los hombres. Y se irguió en la penumbra como un airado profeta; pero se arrepintió: — «¿ á qué declamar? ¿á qué? y volvió con calma á su silla. Le miraron todos con asombro, y le oyeron exclamar con voz grave:

— ¿Queréis que yó cuente algo?

Y fué estallido en coro el ¡nó! rotundo que formularon labios y ademanes.

— No está la cosa para cuentos, padre —exclamó Benítez— que acabe mejor ésto; tocad algo de ese buen repertorio.

El fraile sonrió camino del piano, en aquella forma que profanaba su rostro; y de repente, con un estremecimiento, sonaron modulaciones del oficios de difuntos... «Verba mea auribus percipe Domine intellige clamorem meum»... Soberbia voz de bajo lanzó la primera nota y, en vez de ruegos, parecieron estallar las cóleras del Dies Irae.

— Diablo de voz de fraile! — exclamó el octogenario, pegándose al brazo del médico del