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«Yo me la llevaré, si es que la señora me la dá,» dijo el buen Camilo; y aseguro que los gatos no han de llegar a tocarla. «En mi casa no hay gatos traidores, los pobres sabenos cuidar nuestros tesoros».

Sintió dulce emocion la bella jaulita, cuando la luz franca del sol hizo brillar sus dorados alambres se estremeció de dicha.

Bajaron la escalera en pocos pasos; las campanitas hacían oir grato tilia y á breve andar llegaron à una modesta y pequeña estancia, que fué del gusto de la jaulita. En un abrir y cerrar de ojos, quedó limpia, brillante y sin asomo de la pasada trajedia. Un jilguerillo travieso y jugueton, reemplazó en ese mismo momento al malogrado canario, con gran satisfaccion de la sensible jaulita. Es fama que el jilguerillo alcanzó largos dias y que la bella pagoda de campanitas rojas como la flor del granado, después de no interrumpida felicidad con su travieso huésped, albergó á una parlera cotorrita, con la cual no tuvo nunca ni un sí ni un no.

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Buenos Aires, Octubre 22 de 1879.

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