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CUENTOS

que me llaman, notas errantes que me responden, sombras fugaces que vienen á mi encuentro.

Era yo muy niño y me acuerdo del alboroto de toda la Villa, un día en el cual abrióse á la avidez y á la curiosidad de los vecinos una gran biblioteca. Una banda de música formada por iniciativa popular se apostó desde muy temprano á la puerta de la casa: los muchachos de mi edad, las gentes del pueblo, acudían de todos los villorios cercanos al rumor estrepitoso de esta alegre música precursora de nobles regocijos: mirábamos hacia dentro con los cuellos estirados, como si hubiese allí encerrado un misterio ó un juguete grande para todo un pueblo niño.

Luego empezaron á llegar las personas respetables, los señores decentes vestidos de etiqueta, con trajes sacados al aire después de mucho tiempo, que les daban un aspecto de mayor importancia y gravedad que de costumbre, y cuando estuvieron todos adentro, —mucha, mu-