su temperamento y aspecto físico peculiares. Sus ademanes eran alternativamente fogosos y taciturnos. Su voz cambiaba con rapidez desde cierta trémula indecisión, cuando la vida física parecía completamente agotada, hasta una especie de concisión enérgica, una enunciación firme, áspera, pausada y sonora, semejante a aquella gutural pronunciación, lenta, equilibrada y vibrante, que puede observarse en el ebrio consuetudinario o en el fumador de opio impenitente durante el período de excitación más intensa.
En esta forma habló del objeto de mi visita, de su deseo ardiente de verme y del solaz que aguardaba de mi presencia. Entró al cabo en lo que consideraba la naturaleza de su enfermedad. Era, decía, un mal de constitución y de familia, algo para lo cual desesperaba de encontrar remedio; una simple afección nerviosa, añadió inmediatamente, que sin duda pasaría pronto. Se manifestaba esta afección en una multitud de sensaciones extraordinarias. Algunas de ellas me interesaron y trastornaron conforme las detallaba, aun cuando influían quizá para este resultado los términos que empleaba y su manera de narrarlas. Sufría mucho por la sensibilidad morbosa de sus sentidos; sólo podía tolerar el alimento más insípido; podía usar únicamente vestiduras de determinada clase de tejido; el perfume de las flores le oprimía; la luz más débil torturaba sus ojos; y sólo le era dado resistir sin horror sones peculiares arrancados de ciertos instrumentos de cuerda.
Le encontré ciegamente esclavizado por terrores