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Cuentos Clásicos del Norte

en los dominios de la muerte. Colocamos la tapa en su sitio fijándola con tornillos y, después de asegurar la puerta de hierro, volvimos penosamente a las habitaciones altas de la casa, tan tétricas casi como el lugar que acabábamos de abandonar.

Después de algunos dias de amargo pesar, presentóse un cambio notable en los síntomas del desorden mental que afligía a mi amigo. Su manera de ser cambió enteramente. Olvidaba o descuidaba sus ocupaciones ordinarias. Vagaba de pieza en pieza con paso precipitado, desigual y sin objeto. Su palidez asumía tonos aun más cadavéricos, a ser posible; pero la lumbre de sus ojos habíase extinguido por completo. La aspereza incidental de su voz no se dejaba oír ya más; y cierto estremecimiento convulsivo, como de excesivo terror, caracterizaba habitualmente su lenguaje. En ocasiones parecíame que su mente turbada luchaba sin cesar con algún opresor secreto, para revelar el cual necesitaba apelar a todo su valor; pero otras veces me veía obligado a juzgar todas estas manifestaciones como simples extravagancias provocadas por su locura, porque notaba que se quedaba mirando al vacío horas enteras en actitud de profunda atención, como si escuchara sonidos imaginarios. No es de extrañar que su estado me aterrorizara, me contagiara. Sentía ya que se apoderaba de mí por grados la influencia desordenada de sus fantásticas y perturbadoras supersticiones.

Al retirarme tarde a descansar una noche, siete u ocho días después de depositar el cuerpo de Lady