— Sí, patrón.
— Fíjate entonces; busca el ojo izquierdo de la calavera.
— ¡Ju, ju! ¡Eso sí que etá güeno! No hay dengun ojo en la calavera.
— ¡Malhaya sea tu estupidez! ¿Sabes siquiera distinguir tu mano izquierda de tu mano derecha?
— Claro que lo sé... y mu bien. Mi mano izquierda e la que está agarrando la rama.
— ¡Sí, por cierto! Eres zurdo; y tu ojo izquierdo está al mismo lado que tu mano izquierda. Ahora supongo que podrás encontrar el ojo izquierdo de la calavera o el sitio donde estaba el ojo izquierdo. ¿Lo encuentras? —
Hubo una larga pausa. Al fin preguntó el negro:
— ¡Diga, patrón! ¿El ojo isquierdo de la calavera etá al mimo lao que la mano isquierda de la calavera? Poque no l'encuentro manos a la calavera... ¡No importa! Aquí tengo ahora el ojo isquierdo... aquí etá el ojo isquierdo... ¿Qué ago con él?
— Deja caer por allí al insecto hasta donde alcance el cordón; pero ten mucho cuidado de no dejar escapar el otro extremo.
— Listo, patrón. Fasilito pasó la cucaracha por el aujero... aora ¡cuidao con el bicho ayá abajo!
Durante todo este coloquio nada podía descubrirse de la persona de Júpiter; pero el insecto, que había dejado descender, veíase ahora al extremo del cordón, brillando como un globo de oro