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Cuentos Clásicos del Norte

la armadura, aunque dotada de vida y pensamiento. ¡Era el puritano de los puritanos; era Éndicott en persona!

—¡Detente, sacerdote de Baal!— dijo con torvo ceño y colocando su mano irreverente en la sobrepelliz. —¡Te conozco, Bláckstone![1] Eres el hombre que jamás pudo soportar disciplina alguna, ni siquiera la de tu corrompida religión, y has venido aquí a predicar la iniquidad de que diste el ejemplo con tu propia vida. Mas ahora se verá que el Señor ha santificado estos lugares por medio de su pueblo escogido. ¡Anatema sobre los profanadores! ¡Y ante todo, sobre esta abominación cubierta de flores, el altar de tu religión!—

Y con su cortante espada asaltó Éndicott el venerado May-pole. No resistió el árbol por largo tiempo su poderoso brazo. Gimió con tristes ecos; llovieron hojas y capullos sobre el cruel exaltado; y cayó por último el estandarte de Merry Mount arrastrando sus verdes ramas, cintas y flores, símbolo de placeres desvanecidos. A su caída, cuenta la tradición, se puso el cielo más obscuro y enviaron los bosques sombras más tétricas sobre aquellos lugares.

—¡Allí,— gritó Éndicott, mirando su obra con aire triunfador, —allí yace el único May-pole de la Nueva Inglaterra! Tengo la firme convicción de que su caída decidirá la suerte de los livianos e


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  1. Si el gobernador Éndicott no hubíera hablado con tal seguridad, juzgaríamos que aquí existía error. Aun cuando el reverendo Mr. Bláckstone era un excéntrico, nunca se le conoció como hombre inmoral. Más bien nos permitimos dudar de su identidad con el sacerdote de Merry Mount.