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Cuentos Clásicos del Norte

firma en la orden oficial, permanecía sentado el teniente gobernador» examinando tan intensamente la negra vacuidad de la tela, que su continente atrajo la atención de dos jóvenes que le acompañaban. Uno de ellos, que vestía uniforme militar de ante, era su pariente, Francis Lincoln, capitán provincial de Castle Wílliam; la otra, sentada a su lado en un taburete bajo, era Alice Vane, su sobrina predilecta.

Vestía completamente de blanco; era una pálida y etérea criatura que, aun cuando nacida en la Nueva Inglaterra, se había educado fuera del país, y parecía no sólo una extranjera de lejanas tierras sino un ser de un mundo diferente. Varios años, hasta que quedó huérfana, había habitado con su padre la risueña Italia y adquirido allí un gusto delicado y una afición por la escultura y la pintura, que encontraba muy pocas satisfacciones en las moradas poco elegantes de la burguesía colonial. Decíase que las producciones de su lápiz manifestaban un talento superior, aunque la ruda atmósfera de la Nueva Inglaterra hubiera tal vez coartado sus impulsos, obscureciendo los brillantes tonos de su fantasía. Observando la persistente mirada de su tío clavada en el cuadro y tratando de descubrir a través de la bruma de los años el argu- mento desarrollado en el lienzo, su curiosidad se sintíó excitada.

—¿Se sabe, querido tío—interrogó la joven, —lo que representaba este cuadro en otro tiempo? Quizá si pudiera restaurarse, encontraríamos que es la obra maestra de algún gran artista. ¿Por