abertura que hacía de tal en el rostro de calabaza del espantajo.
—¡Fuma, querido mío, fuma! —dijo. —¡Fuma, elegante mozo! ¡tu vida depende de ello!—
Era indudablemente una exhortación original, dirigiéndose a un paquete de palos, paja y vestidos viejos, sin nada mejor que una arrugada calabaza por cabeza, como sabemos bien que estaba formado el espantajo. Sin embargo, debemos recordarlo muy especialmente. Mamá Rigby era una bruja de singular habilidad y poder; y teniendo presente este hecho, no habrá nada increíble en los notables incidentes de nuestra historia. A la verdad, la dificultad mayor quedará vencida al punto, si logramos llegar a la creencia de que tan pronto como la vieja le ordenó fumar, broto una bocanada de humo de la boca del espantajo. Fué seguramente una bocanada muy ligera; pero a ésta siguió otra y otras más, cada una más decidida que las anteriores.
—¡Fuma, ángel mío! ¡fuma, lindo! —siguió diciendo Mamá Rigby con su sonrisa más graciosa.
—Es hálito de vida para ti; te doy mi palabra.—
Queda fuera de duda que la pipa estaba encantada. Debía existir algún conjuro sea en el tabaco, o en el ardiente fuego que ardía misteriosamente en su hueco, o en el humo aromático que se exhalaba de las encendidas hojas. Después de varias tentativas vacilantes, la figura arrojó al fin una nube de humo que se extendió desde el obscuro rincón hasta la faja luminosa de la ventana. Allí se difundió y se desvaneció entre los átomos de