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Cuentos Clásicos del Norte

polvo. Parecía haber sido un esfuerzo convulsivo, pues que las dos o tres bocanadas siguientes fueron más débiles, aunque el fuego ardía todavía y arrojaba sus reflejos sobre el rostro del espantajo. La vieja bruja aplaudió golpeando sus flacas manos una contra otra y sonrió a su muñeco de manera alentadora. Veía que el encanto obraba. La faz arrugada y amarilla, que hasta entonces no había ofrecido aspecto vital, comenzaba a mostrar una especie de fantástica y tenue atmósfera humana que parecía fluctuar a su alrededor, desvaneciéndose a veces completamente, y haciéndose otras más perceptible siguiendo las exhalaciones de la pipa. De igual manera asumía toda la figura una semblanza de vida, como la que prestamos a formas mal definidas de las nubes, engañándonos a medias con las divagaciones de nuestra propia fantasía.

Si hubiéremos de ahondar profundamente en la materia, podría dudarse si, después de todo, hubo algún cambio en la sórdida, raída, insignificante y mal pergeñada figura del espantajo; o si únicamente alguna ilusión fantasmagórica y cierto curioso efecto de luz y sombra la coloreaba y delineaba en forma de engañar los ojos de muchas personas. Los milagros de la brujería adolecen siempre de artificio muy superficial; y por último, si esta explicación no llega al fondo del proceso, no puedo ofrecer otra mejor.

—¡Muy bien, lindo mancebo! —exclamó de nuevo Mamá Rigby. —Vamos, otra buena y vigorosa inhalación, y lánzala con fuerza y violenta-