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mente. ¡Fuma, por tu vida, te lo digo! ¡Aspira desde el fondo de tu corazón, si corazón tienes, y si éste tiene fondo! ¡Bien, ahora! Aspira esta bocanada como si gozaras en hacerlo.—

Y la bruja hizo un ademán con la cabeza al espantajo, poniendo tal potencia magnética en su gesto que inevitablemente debía éste obedecer, como obedece el hierro a la misteriosa atracción del imán.

—¿Por qué te quedas holgazaneando en tu rincón, perezoso? —dijo Mamá Rigby. —¡Avanza! ¡Tienes el mundo delante de ti!—

Palabra, que si no hubiera oído yo mismo esta relación en el regazo de mi abuela y no hubiera quedado completamente establecida entre las cosas verosímiles cuando mi infantil credulidad no podía aún analizar su posibilidad, jamás habría tenido el atrevimiento de referirla ahora.

Obedeciendo a la voz de Mamá Rigby y alargando el brazo como para coger su mano extendida, la figura avanzó un paso, una especie de sacudimiento o salto más bien que paso; vaciló luego y casi perdió el equilibrio.

¿Qué más podía esperar la hechicera? No era nada, después de todo; solamente un espantajo de madera armado sobre dos estacas. Pero la enérgica bruja se enfadó, y sacudió la cabeza, y lanzó la fuerza de su voluntad tan poderosamente sobre aquella miserable combinación de madera podrida, paja mohosa y raída vestimenta, que se vió obligado el espantajo a mostrarse hombre, a despecho de la realidad de las cosas. Así avanzó