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de terminar simultáneamente con la reducción del tabaco a cenizas. Pero la bruja había previsto esta dificultad. —Sostén la pipa, hermoso mío,— dijo, —mientras la lleno de nuevo para ti.—

Era penoso ver cómo el elegante caballero comenzaba a retroceder hasta espantajo mientras Mamá Rigby sacudía las cenizas de la pipa y procedía a llenarla otra vez con el tabaco de su caja.

—¡Dickon! —exclamó con su voz fuerte e imperiosa, —¡más fuego para esta pipa!—

Apenas lo había dicho, cuando la partícula de rojo intenso brillaba dentro de la cabeza de la pipa; y el espantajo, sin aguardar las órdenes de la bruja, aplicando el tubo a sus labios, comenzaba a arrancar cortas y convulsivas bocanadas que pronto, sin embargo, se convirtieron en más iguales y regulares.

—Ahora, chiquillo de mi corazón, —dijo Mamá Rigby, —suceda lo que quiera debes adherirte a tu pipa. Tu vida reside allí; y esto lo sabes bien, aun cuando no sepas mucho más fuera de esto. ¡No te desprendas de tu pipa, te digo! Fuma, aspira, lanza nubes de humo, y si alguien te pregunta, di a la gente que es por salud, que tu médico lo ha recomendado así. Y cuando tu pipa esté concluyéndose, ve, delicia mía, a cualquier rincón y, penetrándote primero bien de humo, exclama con imperio: "¡Dickon! ¡una nueva pipa de tabaco! ¡Dickon! ¡fuego para mi pipa!" y fúmala tan pronto como sea posible. De lo contrario, en lugar de un galano caballero con casaca