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Cuentos Clásicos del Norte

bolas, y les refería largas historias de aparecidos, brujas, e indios salvajes. Fuera donde quisiese, escabulléndose por la aldea, rodeábale una turba de pilluelos colgándose de sus faldones, encaramándose en sus espaldas y jugándole impunemente mil pasadas; y ni un sólo perro del vecindario se habría decidido a ladrarle.

El gran defecto de la índole de Rip era su aversión insuperable a toda clase de labor provechosa. No que adoleciera de falta de asiduidad o perseverancia, pues se habría sentado a pescar sin un murmullo en una roca húmeda y armado de una caña larga y pesada como la lanza de un tártaro, aun cuando no picara el anzuelo un sólo pez en todo el día para alentarle en su faena. Podía llevar por largas horas una escopeta al hombro y arrastrarse por selvas y pantanos, por colinas y cañadas para tirar a unas cuantas ardillas o palomas silvestres. Nunca rehusaba ayudar a sus vecinos aun cuando fuera en la tarea más penosa, y era el primero en todas las reuniones de la comarca para desgranar las mazorcas de maíz, o construir cercos de piedra; las mujeres de la aldea le ocupaban también para sus correrías, o para ciertos trabajillos de poca monta que sus poco amables maridos no querían desempeñar. En una palabra, Rip estaba siempre dispuesto a atender a los negocios de cualquiera de preferencia a los propios; pues cumplir con sus deberes domésticos o mirar por las necesidades de su granja le era punto menos que imposible.

Declaraba, en efecto, que resultaba inútil traba-