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Rip Van winkle

jar en su propia alquería; era el más endiablado trozo de terreno en todo el país; cualquiera cosa que se emprendiera salía mal allí y saldría siempre, a pesar de sus esfuerzos. Los cercos se caían a pedazos contínuamente; su vaca se extraviaba o se metía en las coles; la mala hierba crecía de seguro más ligero en su finca que en cualquiera otra parte; llovía justamente cuando él tenía algo que hacer a campo abierto; de manera que si su propiedad se había desmoronado acre por acre hasta quedar reducida a un pequeño trozo para el sembrío de maíz y de papas, debíase a que era la granja de peores condiciones en todo la comarca.

Sus chicos andaban tan harapientos y selváticos como si no tuvieran dueño. Su hijo Rip, un rapazuelo vaciado en su mismo molde, prometía heredar con los vestidos viejos todas las disposiciones de su padre. Veíasele ordinariamente trotando como un potrillo a los talones de su madre, ataviado con un par de polainas de desecho de su padre, que con gran dificultad procuraba mantener en alto sujetándolas con una mano, como llevan las señoras elegantes su cola en el mal tiempo.

Rip Van Winkle era, sin embargo, uno de aquellos felices mortales de disposición fácil y bobalicona que toman el mundo descuidadamente, comen con la misma indiferencia pan blanco o pan moreno a condición de evitarse la menor molestia, y preferirían morirse de hambre con un penique a trabajar por una libra. Si le hubieran dejado vivir a su manera, nada pediría a la vida, sumído en beatitud perfecta; pero su mujer andaba siempre repique-