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Rip Van winkle

Las cosas iban de mal en peor para Rip Van Winkle a medida que transcurrían los años de matrimonio. El carácter desapacible nunca se suaviza con la edad, y una lengua afilada es el único instrumento cortante que se aguza más y más con el uso continuo. Por algún tiempo trató de consolarse en sus escapadas fuera de la casa, frecuentando una especie de club perpetuo de los sabios, filósofos y otros personajes ociosos del pueblo, que celebraba sus sesiones en un banco a la puerta de un pequeño mesón que ostentaba como muestra un rubicundo retrato de su majestad Jorge III. Acostumbraban sentarse allí a la sombra durante los largos y soñolientos días de verano, repitiendo indolentemente la chismografía del vecindario o relatando inacabables historias sobre cualquier friolera. Pero habría representado cualquier capital para los estadistas escuchar las profundas discusiones que a menudo tenían lugar cuando por casualidad algún viejo periódico tirado por cualquier transeúnte caía entre sus manos. ¡Cuan solemnemente atendían a su contenido conforme iba desentrañándolo el maestro de escuela, Dérrick Van Búmmel, docto y vivaracho hombrecillo que no se amedrentaba por la palabra más altisonante del diccionario! Y ¡cuán sabiamente deliberaban sobre los acontecimientos públicos algunos meses después de realizados!

Las opiniones de esta junta se sometían completamente al criterio de Nicholas Védder, patriarca de la aldea y propietario del mesón, a cuya puerta sentábase de la mañana a la noche, cambiando de