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Prólogo

masiada sensibilidad para las ingratitudes y demasiada sensibilidad para el dolor ajeno; individuos que truccan una cuenta por un afecto; cándidos de la verdad de la vida... Esos desviados de la profesión, son los que llegaron tarde a una consulta porque en el andar dieron con una obra de arte que les embelesó, u oyeron una sonata que les produjo encanto, o escucharon la triste historia de un amigo; son gentes que se sientan en un banco soleado de una plaza con un libro de Musset"...

Empecé a leer "Medicina de Agujeros" con curiosidad. La curiosidad convirtióse a poco en interés y con la última página terminó en franco agrado. Algo de moliercseo tenía en su espíritu aquel libro. No era, en apariencia, sino una serie de ecroquis y relatos escritos por una pluma jocunda y retozona; pero en su esencia venía a resultar un verdadero proceso contra los médicos, contra la petulancia de su saber, contra el solemne empaque de los simuladores que con frecuencia medran cínicamente a expensas del dolor ajeno, contra el industrialismo profesional, en fin. A veces el autor se aplicaba a sí mismo sus flagelantes burlas, que de tal modo cobraban más risueña eficacia. Con tono jovial, sin recurrir a la diatriba, Segundo Huarpe desenmascaraba, implacable y vengador, el modus operandi de sus colegas. Y sus sonrientes sátiras alcanzaban por niomentos una eficiencia digna del Bernard Shaw de "El dilema del doctor."

No había allí malevolencia ni amargura. Lo que