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Prólogo

había era escepticismo, discreta zumba, chanza acidulada que no llegaba jamás hasta el sarcasmo. Y por sobre todo ello, una especie de bondad desencantada y nostálgica, sostenida por un robusto idealismo. Quien había escrito aquello no era un panfletario: cra un humorista. Uno de csos humoristas que moralizan al lector jubilosamente, que ríen para no llorar como el personaje de Beaumarchais, y que a través de sus holgorios dejan entrever, no encono ni desdén, sino enternecimiento por la flaqueza humana. Me eautivó también el libro aquel, por los esbozos de tipos, por la rápida pintura de ambientes y costumbres que, a lo largo de los capítulos, había ido trazando el autor con rasgos vívidos, aunque fragmentarios y dispersos. Me encontraba sin duda en presencia de un escritor original a pesar de su estilo un tanto desmañado y tropezoso.

Quise saber quien era Segundo Huarpe, y me costó poco averiguarlo. Era un escritor sanjuanino: el Doctor Narciso S. Mallea, descendiente de cierto alférez real que pasó de Chile al país de Cuyo allá por el año de 1570, y casó — según cuenta Sarmiento en sus Recuerdos de Provincia — con la hija del cacique de Angaco. Se trataba pues de un Huarpe de auténtica prosapia, que reivindicaba altivamente en su pseudónimo la procedencia indígena. Supe además, que el Dr. Mallea había sido por largos años político y periodista militante en la provincia de Buenos Aires, en donde ejerció su profesión con probidad y brillo; que había