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Segundo Huarpe

Llamó Guzmán al manco para saber de su boca lo sucedido.

—Señor — dijo éste —. Cuando el cauce del río se seca, la maledicencia va a los arroyuelos... Yo no dije eso, no; no fué así... Algunos de sus mejores amigos quisieron obtener de mí la confirmación de los sucesos que en esta casa tuvieron lugar. Yo lo negué todo y tuve el convencimiento de que nada había desvanecido... Me pareció que había hecho lo que el reo que todo el mundo señala y que sólo niega, que nada explica... Entonces desfiguré los hechos. Dije que la substracción de dinero que hizo a Vd. su hijo Ernesto y que costó a Vd. su ataque de apoplejía no fué tal substracción; que lo que en verdad pasó fué que su hijo se excedió en el juego y tuvo Vd. que hacer frente las pérdidas... Ydije que el repentino alejamiento de la sociedad de la señorita Emilia no fué por ocultar nada desdoroso, sino que habiendo dicho el médico que tenía un principio de tuberculosis fué enviada con toda premura y sigilo en busca de clima propicio, viaje que no fué divulgado por ocultar la enfermedad que lo ocasionaba.

Cuando Rodrigo concluyó, el paralítico estaba pálido y tenía los ojos clavados en el suelo. Hizo señas al criado para que se aproximara. Le tomó de la mano, se la apretó cariñosamente, a la vez que veníale un sollozo convulsivo. El manco estaba en pie; dos gruesas lágrimas corrían por sus mejillas.

En ese instante aparece la mujer de Guzmán y cree que su marido sufre otro ataque:

—Qué hay?... pregunta.

Después de unos segundos, el paralítico responde:

—Nada!... Es que los amos suelen también llorar con los criados...