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Cinco guisantes

--«Es maravilloso: mira, hija mía, el guisante saca botones,» dijo la buena mujer una mañana, llena de esperanza al recordar que su hija los últimos días solía hablar con más animación queantes, y que sin ayuda de nadie había logrado sentarse en el lecho, llevada del deseo de observar el crecimiento del guisante.

Al cabo de una semana la muchacha se levantó por primera vez y permaneció más de una hora fuera de la cama, bañándose en la luz de un sol espléndido, con la ventana abierta de par en par. El guisante ostentaba su primera flor blanca y sonrosada, y la niña, para quien fué aquel un verdadero día de fiesta, imprimió en su corola un dulce beso.

No hemos de decir cuán grande era la alegría de la madre.

—«Nadie, sino la bondad de Dios, exclamaba, pudo depositar este guisante en la hendidura de la ventana ni pudo sino El permitir que brotara para tí, hija del alma mía, para ti y para llenar de júbilo el corazón de tu madre.»

Y sonriendo contemplaba la hermosa flor, como si fuese un ángel bajado del cielo.

¿Qué había sido de los otros guisantes? preguntará el lector. Vamos á verlo.

El primero que se lanzó al mundo tan confiado, y exclamando: «A ver quién me alcanza,» fué á caer á un tejado, lo vió un palomo y se lo zampó sin hacer el menor cumplido, encontrándose de buenas á primeras en el buche de este animal mucho peor que el profeta Jonás en el vientre de la ballena.

A los dos perezosos que no pensaban más que en dormir, les cupo la misma suerte. Así á lo menos sirvieron de algo.

En cuanto al segundo que lleno de presunción había imaginado llegar hasta el sol, cayó en un canalón donde permaneció semanas y meses enteros cubierto