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Horacio Quiroga

La vaquillona movediza intervino de nuevo:

—El patrón dijo el otro día: a los caballos con un solo hilo se los contiene. ¿Y entonces?... ¿Ustedes no pasan?

132 —No, no pasamos—repuso sencillamente el malacara, convencido por la evidencia.

Nosotras sí!

Al honrado malacara, sin embargo, se le ocurrió de pronto que las vacas, atrevidas y astutas, impenitentes invasoras de chacras y del Código Rural, tampoco pasaban la tranquera.

—Esta tranquera es mala—objetó la vieja madre.

—¡El sí! Corre los palos con los cuernos.

—¿Quién?—preguntó el alazán.

Todas las vacas volvieron a él la cabeza con sorpresa.

— El toro, Barigüí! El puede más que los alambrados malos.

—¿Alambrados?... ¿ Pasa?

—Todo! Alambre de púa también. Nosotras pasamos después.

Los dos caballos, vueltos ya a su pacífica condición de animales a que un solo hilo contiene, se sintieron ingenuamente deslumbrados por aquel héroe capaz de afrontar el alambre de púa, la cosa más terrible que puede hallar el deseo de pasar adelante.

De pronto las vacas se removieron mansamente:

a lento paso llegaba el toro. Y ante aquella chata y obstinada frente dirigida en tranquila recta a la tranquera, los caballos comprendieron humildemente su inferioridad.

Las vacas se apartaron, y Barigüí, pasando el tes