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Horacio Quiroga

Pero en aquel tiempo Candiyú era otra cosa.

Tenía entonces por oficio honorable el cuidado de un bananal ajeno, y—poco menos lícito—el de pescar vigas. Normalmente, y sobre todo en época de creciente, derivan vigas escapadas de los obrajes, bien que se desprendan de una jangada en formación, bien que un peón bromista corte de un machetazo la soga que las retiene. Candiyú era poseedor de un anteojo telescopado, y pasaba las mañanas apuntando al agua, hasta que la línea blanquecina de una viga, destacándose en la punta de Itacurubí, lo lanzaba en su chalana al encuentro de la presa.

Vista la viga a tiempo, la empresa no es extraordinaria, porque la pala de un hombre de coraje, recostado o halando de una pieza de 10 x 40, vale cualquier remolcador.

Allá en el obraje de Castelhum, más arriba de Puerto Felicidad, las lluvias habían comenzado después de sesenta y cinco días de seca absoluta que no dejó llanta en las alzaprimas. El haber realizable del obraje consistía en ese momento en siete mil vigas bastante más que una fortuna. Pero como las dos toneladas de una viga, mientras no estén en el puerto, no pesan dos escrúpulos en caja, Castelhum y Cía. distaban muchísimas leguas de estar contentos.

De Buenos Aires llegaron órdenes de movilización inmediata; el encargado del obraje pidió mulas y alzaprimas; le respondieron que con el dinero de la primer jangada a recibir le remitirían las mulas,