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Cuentos de amor de locura y de muerte

pongo que todos! ¿Quiere que consultemos? — se sonrió con maternal burla.

—¡Oh, con toda el alma!—repuso Nébel.

Lidia! ¡ Ven un momento! Hay aquí una persona a quien conoces.

Nébel había sido visto ya por ella; pero no importaba.

Lidia llegó cuando él estaba de pie. Avanzó a su encuentro, los ojos centelleantes de dicha, y le tendió un gran ramo de violetas, con adorable torpeza.

—Si a usted no le molesta—prosiguió la madre —podría venir todos los lunes... ¿qué le parece?

Que es muy poco, señora!—repuso el muchaLos viernes también... ¿me permite?

cho.

La señora se echó a reir.

—Qué apurado! Yo no sé... veamos qué dice Lidia. ¿Qué dices, Lidia?

La criatura, que no apartaba sus ojos rientes de Nébel, le dijo ¡sí! en pleno rostro, puesto que a él debía su respuesta.

—Muy bien: entonces hasta el lunes, Nébel.

Nébel objetó:

—¿No me permitiría venir esta noche? Hoy es un día extraordinario...

Bueno! ¡Esta noche también! Acompáñalo, Lidia.

Pero Nébel, en loca necesidad de movimiento, se despidió allí mismo y huyó con su ramo cuyo cabo había deshecho casi, y con el alma proyectada al último cielo de la felicidad.