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Cuentos de amor de locura y de muerte

—Muy lindo!—salté— Amor propio! ¡Y no se les ocurre otra cosa! ¡Les parece cuestión de amor propio ir a sentarse como un idiota para que me tomen la mano la noche entera ante toda la parentela con el ceño fruncido! Si a Vds. les parece una simple cuestión de amor propio, arréglense entre Vds. Yo tengo otras cosas que hacer.

217 Ayestarain comprendió, al parecer, la parte de verdad que había en lo anterior, porque no insistió y hasta que se fué no volvimos a hablar de aquello.

Todo esto está bien. Lo que no lo está tanto es que hace diez minutos acabo de recibir una esquela del médico, concebida:

Amigo Durán:

Con todo su bagaje de rencores, nos es indispensable esta noche. Supóngase una vez más que Vd. hace de cloral, veronal, el hipnótico que menos le irrite los nervios, y véngase.

Dije un momento antes que lo malo era la precedente carta. Y tengo razón, porque desde esta mañana no espero sino esa carta...

Durante siete noches consecutivas—de once a una de la mañana, momento en que remitía la fiebre, y con ella el delirio—he permanecido al lado de María Elvira Funes, tan cerca como pueden estarlo dos amantes. Me ha tendido a veces su mano como la primera noche, y otras se ha preocupado de deletrear mi nombre, mirándome. Sé a ciencia cierta, pues, que me ama profundamente en ese estado, no ignorando tampoco que en sus momentos de lucidez no tiene la menor