Página:Cuentos de amor de locura y de muerte (1918).pdf/234

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
226
Horacio Quiroga

como un idiota, continuaba soñando con una súbita detención a mi lado, y no una, sino dos manos, puestas sobre mis sienes:

—Y bien: ahora que me has visto de pie: ¿me quieres todavía?

¡Bah! Muerto, bien muerto me despedi y oprimí un instante aquella mano fría, amable y rápida.

11 Hay, sin embargo, una cosa absolutamente cierta, y es ésta: María Elvira puede no recordar lo que sintió en sus días de fiebre; admito esto. Pero está perfectamente enterada de lo que pasó, por los cuentos posteriores. Luego, es imposible que yo esté para ella desprovisto del menor interés. De encantos—; Dios me perdone! todo lo que ella quiera. Pero de interés, el hombre con quien se ha soñado veinte noches seguidas, eso no. Por lo tanto, su perfecta indiferencia a mi respecto no es racional. ¿Qué ventajas, qué remota probabilidad de dicha puede reportarme constatar esto? Ninguna, que yo vea. María Elvira se precave así contra mis posibles pretensiones por aquello; he aquí todo.

En lo que no tiene razón. Que me guste desesperadamente, muy bien. Pero que vaya yo a exigir el pago de un pagaré de amor firmado sobre una carpeta de meningitis, diablo! eso no.

Nueve de la mañana. No es hora sobremanera decente de acostarse, pero así es. Del baile de lo de Rodríguez Peña, a Palermo. Luego al bar. Todo perfectamente solo: Y ahora a la cama.

Pero no sin disponerme a concluir el paquete de ciCitized by Google