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Horacio Quiroga

con verdadera rabia. Vezzera afectó no darse cuenta, y sostuvo la tirante expectativa con el convulsivo golpeteo del pie, mientras Maria tornaba a contraer las cejas.

—¿Hay otra cosa?—se sonrió con esfuerzo.

—Si, Zapiola te va a decir...

— Vezzera!—exclamé.

... Es decir, no el motivo suyo, sino el que yo le atribuía para no venir más aquí... ¿sabes por qué?

—Porque él cree que usted se va a enamorar de mí—me adelanté, dirigiéndome a María.

Ya antes de decir esto, vi bien claro la ridiculez en que iba a caer; pero tuve que hacerlo. María soltó la risa, notándose así mucho más el cansancio de sus ojos.

Si? Pensabas eso, Antenor?

¿ —No, supondrás... era una broma—se rió él también.

La madre entró de nuevo en la sala, y la conversación cambió de rumbo.

—Eres una canalla — me apresuré a decirle a Vezzera, cuando salimos.

—Sí—me respondió. Lo hice a propósito.

—Querías ridiculizarme?

—Si... quería.

—¿Y no te da vergüenza? ¿Pero qué diablos te pasa? ¿Qué tienes contra mí?

No me contestó, encogiéndose de hombros.

Anda al demoniol—murmuré. Pero un momento después, al separarme, senti su mirada cruel y desconfiada fija en la mía.