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Horacio Quiroga

se había soltado y los ojos le salían de las órbitas.

¡Dame el brillante!—clamó.— Dámelo! ¡Nos escaparemos! ¡ Para mí! ¡ Dámelo!

—Maria...—tartamudeó Kassim, tratando de desasirse.

—¡Ah—rugió su mujer enloquecida.— Tú eres el ladrón, miserable! Me has robado mi vida, ladrón, ladrón! ¡ Y creías que no me iba a desquitar..cornudo! Ajá! Mírame... no se te había ocurrido nunoa, eh? ¡Ah! y se llevó las dos manos a la gargahta ahogada. Pero cuando Kassim se iba, saltó de la cama y cayó, alcanzando a cogerlo de un botin.

No importa! ¡El brillante, dámelo! ¡No quiero más que eso! ¡Es mío, Kassim miserable!

Kassim la ayudó a levantarse, lívido.

—Estás enferma, María. Después hablaremos..acuéstate.

Mi brillante!

—Bueno, veremos si es posible... acuéstate.

—Dámelo.

La bola montó de nuevo a la garganta.

Kassim volvió a trabajar en su solitario. Como sus manos tenían una seguridad matemática, faltaban pocas horas ya.

María se levantó para comer, y Kassim tuvo la solicitud de siempre con ella. Al final de la cena su mujer lo miré de frente.

—Es mentira, Kassim—le dijo.

—¡Oh!—repuso Kassim sonriendo—no es nada.

¡Te juro que es mentira!—insinuó ella.

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