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Horacio Quiroga

puerta, y la vi echada en el sofá, sollozando el alma entera sobre sus brazos. ¡ Inés! ¡ Perdida ya! Senti más honda mi miseria ante su cuerpo, todo amor, sacudido por los sollozos de su dicha muerta. Sin darme cuenta casi, me detuve.

—¡Inés !—llamé.

Mi voz no era ya la de antes. Y ella debió notarlo bien, porque su alma sintió, en aumento de sollozos, el desesperado llamado que le hacía mi amor, ¡esta vez sí, inmenso amor!

—No, no..me respondió. ¡Es demasiado tarde!

— Padilla se detuvo. Pocas veces he visto amargura más seca y tranquila que la de sus ojos cuando concluyó. Por mi parte, no podía apartar de los míos aquella adorable belleza del palco, sollozando sobre el sofá...

—Me creerá—reanudó Padilla—si le digo que en mis muchos insomnios de soltero descontento de sí mismo, la tuve así ante mí... Sali de Buenos Aires sin ver casi a nadie, y menos a mi flirt de gran fortuna... Volví a los ocho años, y supe entonces que se había casado, a los seis meses de haberme ido yo.

Torné a alejarme, y hace un mes regresé, bien tranquilizado ya, y en paz.

No había vuelto a verla. Era para mí como un primer amor, con todo el encanto dignificante que un idilio virginal tiene para el hombre hecho, que después amó cien veces... Si usted es querido alguna vez como yo lo fuí, y ultraja como yo lo hice, Citized by Google