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Horacio Quiroga
que llevaba mi sombrero en la mano e iba a pasar delante de ella.
Pasé, la puerta del palco estaba abierta, y me detuve enloquecido. Como diez años antes sobre el sofá, ella, Inés, tendida en el diván del antepalco, sollozaba la pasión de Wagner y su dicha deshecha.
¡Inés!... Sentí que el destino me colocaba en un momento decisivo. ¡ Diez años!... ¿Pero habían pasado? ¡No, no, Inés mía!
Y como entonces, al ver su cuerpo todo amor, sacudido por los sollozos, la llamé :
—¡Inés!
Y como diez años antes, los sollozos redoblaron, y como entonces me respondió bajo sus brazos:
—No, no... ¡Es demasiado tarde!...
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