madrina, que era una hada muy buena, y se llamaba el hada Berliqueta, le dijo un dia:
—Oye, Chilindrina: sabes que te quiero como si fueras hijo mio, porque eres despejado, y ya sabes leer, escribir, y sacar cuentas; pero me temo que por desgracia tu corazon vale algo ménos que tu ingenio. Y sin embargo, hijo mio, nunca he cesado de aconsejarte que fueras amable, prudente y bueno con todo el mundo. ¿No conoces que es mucho más lisonjero captarse el amor, que atraerse el odio? Pero en fin, voy á poner á prueba tu carácter, y si te encuentro digno de mi aprecio, te colmaré de beneficios, y te casaré con una muchacha que tiene veinte arquillas llenas de rubíes, el más pequeño como el puño. Toma esta varilla con la cual te concedo el don de la hechicería. Miéntras la tengas en la mano, el menor deseo que tus labios profieran será realizado á tus ojos. Quiero advertirte que si la empleas en hacer bien, se pondrá tu rostro sano y fresco como una rosa; pero si la empleas en daño del prójimo, tus mejillas se volverán más amarillas que una calabaza: no lo eches en olvido. Vete á rodar el mundo, y no esperes volver á mi presencia hasta que yo te llame; porque desde el dia de hoy esta casa, estos prados, estos bosques, yo misma, todo quedará invisible á tus ojos. Adios, Chilindrina: da un abrazo á tu madrina, y levanta velas.
Chilindrina cogió la varilla, y echó á andar meneando la cabeza con un humor de los diablos, porque el hada Berliqueta le obligaba á seguir la vida de aventurero. Apénas habia dado algunos pasos, cuando desaparecieron de su vista la casa y el Hada; y todo cuanto le