cabellos y llevado en volandas, y la varilla misteriosa se le escapó de las manos.
—El bribon eres tú, galopin, le dijo el hada Berliqueta, que era quien le habia echado la zarpa. Chilidrina no osó decir esta boca mia.
El Hada le llevó á su casa, y le dijo:
—Ven acá, condenado. ¿Qué has hecho? ¿Piensas acaso que te concedí el don de la hechicería para moler y maltratar á todo el mundo? Afortunadamente pude remediar todos los males que causaste, y que no te cuidaste de reparar. Sin que pudieras verme, por todas partes he seguido tus pasos, y en todas partes he desbaratado tus dañadas intenciones. Porque un buen labrador con justos motivos se niega á recogerte, le envias al demonio á él y á toda su parentela. Pues bien, yo saqué á aquellas pobres gentes de las uñas de los diablos, y viven ahora en su casa muy tranquilos, ocupados en celebrar las interrumpidas bodas. La vieja mendiga no posee el oro que sin costarte nada le diste: ni lo habia ganado, ni lo habia merecido. No obstante, por aquella ligera muestra de buen corazon, tu rostro habia tomado el color de la rosa; mas lo perdió en el mismo instante en que te atreviste á insultar al dueño de la casa de campo, que con sobrada justicia se lamentaba del robo que acababan de hacerle. Luego martirizas á su gato querido, á un pobre animalito que ningun daño te habia hecho; destruyes la esperanza de la cosecha; causas la perdicion de unos pobres trabajadores, é intentas por último sembrar la destruccion en una ciudad entera. Señor mio, esto ya pasa de castaño oscuro. Eres un