miseria; la infeliz esposa nada queria escuchar: era pobre, pero tambien era madre. Considerando no obstante el agudo dolor que le causaría el ver morir de hambre á sus hijos ante sus propios ojos, despues de dares y tomares, consintió en abandonarlos, y fué á acostarse hecha un mar de lágrimas.
Caga-chitas se enteró de todo; porque como desde su cama oyese el altercado de sus padres, se levantó callandito, y se escurrió debajo del banquillo de su padre para poder escuchar sin ser visto. Volvió luego á acostarse, y cavilando lo que haria, no pudo cerrar los párpados en toda la noche. Madrugó muchísimo y se fué á la márgen de un arroyo; llenóse los bolsillos de chinitas blancas, y de prisa y corriendo se volvió á casa. Padres é hijos emprendieron el camino, y Caga-chitas no dijo á sus hermanos una palabra de cuanto habia averiguado. Llegaron á un bosque tan espeso que á diez pasos de distancia no podian verse unos á otros. El leñador se puso á cortar leña, y sus hijos á recoger chamarasca para hacer fogotes. El padre y la madre, viendo á la chiquillería muy ocupada en trabajar, fueron desviándose insensiblemente, y de repente se escabulleron por una torcida senda. Los niños lo mismo fué verse solos que echarse a gritar y á llorar con toda su fuerza.
Caga-chitas dejó que gritasen; pero ya sabía él por dónde tenian que volver á casa; porque al dirigirse hácia el bosque habia dejado caer á lo largo del camino las chinitas blancas que de intento llevaba en los bolsillos. Y por esta razon les dijo:
—Nada temais, hermanitos; mi padre y mi madre