ron todos á una; porque á la verdad no les habian hecho gracia las terribles amenazas del gato.
—¡Magnífica hacienda! dijo el rey al marqués de Cuatrovientos.
—¡Pse! Tal cual, contestó el marques: no deja de darme todos los años una regular cosecha.
Maese gato, que seguia llevando la delantera, encontró á unos segadores y les dijo:
—Segadores, buenos segadores, si no decis que esas mieses son del marqués de Cuatrovientos, os juro ¡voto á tal! que os tengo de hacer jigote.
El rey, que pasó al poco tiempo, quiso saber a quién pertenecían todos los sembrados que la vista alcanzaba.
—Son del señor marqués de Cuatrovientos, respondieron á una los segadores; y el rey acompañó en su satisfaccion al marqués.
El gato, que iba delante de la carroza, á cuantos encontraba decia siempre lo mismo, y el rey estaba admirado de las inmensas riquezas del marqués de Cuatrovientos.
Maese gato llegó por último al hermoso castillo de un ogra que no sabía qué hacerse del dinero; puesto que eran suyas todas las tierras por donde habia pasado el rey. El gato tuvo buen cuidado de enterarse de quién era este ogra, y de las habilidades que poseia.
Luego le pidió audiencia, diciéndole que no habia querido pasar tan cerca de su quinta sin ofrecerle sus respetos.
El ogra le recibió tan finamente como puede hacerlo un ogra, invitándole a descansar un rato.