portezuela del coche, y reconociendo al gato que tantas veces le habia llevado caza, mandó a sus guardias que prestasen auxilio al marqués de Cuatrovientos. En el entretanto que sacaban del rio al desventurado del marqués, acercándose el gato á la carroza, dijo al rey que miéntras su amo se estaba bañando, unos ladrones le habian robado la ropa, sin que le valiese gritar «¡al ladron! ¡al ladron!» El tunante la habia escondido debajo de una voluminosa piedra, El rey mandó en seguida á los oficiales de su guardia que trajesen uno de sus más ricos vestidos para dárselo al marqués de Cuatrovientos.
El rey recibió al marqués con mucho agasajo, y como el vestido que le acababan de traer realzaba su buena presencia (pues que en efecto era todo un real mozo), no le pareció moco de pavo, que digamos, á la hija del rey; de suerte que á las dos ó tres miradas muy respetuosas y un poquillo tiernas que le dirigió nuestro marqués, ya estaba la niña enamorada hasta las cachas.
El rey hizo subir al marqués á su carroza, obligándole á tomar parte en la diversion. El gato, muy satisfecho de que con tan buenos auspicios comenzase el negocio, tomó la delantera, y habiendo encontrado a unos dalladores que estaban segando un prado, les dijo:
—Dalladores, buenos dalladores, si no decis al rey que el dueño de ese prado es el marqués de Cuatrovientos, os juro ¡voto á tal y que os tengo de hacer jigote.
No dejó el rey de preguntar a los dalladores de quién era el prado que estaban dallando.
—Es del señor marqués de Cuatrovientos, exclama-