júrame que si ninguna de tus hijas quiere dar su vida por la tuya, volverás aquí dentro tres meses.
El pobre hombre no pensaba ciertamente sacrificar á tan infame mónstruo ninguna de sus hijas; pero quiso tener la dicha de abrazarlas ántes de morir. Juró que volveria, y la Fiera le dijo:
—No quiero que te vayas con las manos vacías. Vuelve á la estancia en donde has dormido, encontrarás un cofre, mete dentro cuanto se te antoje, y yo cuidaré de enviarlo á tu casa.
El comerciante volvió a la estancia en que habia dormido, y como encontrase una gran cantidad de monedas de oro, llenó el cofre, que no era pequeño, y lo cerró diciendo: «Si he de morir sin remedio, quédeme al ménos el consuelo de dejar un pedazo de pan a mis pobres hijos.» Salio del bosque, tan triste, como alegre habia entrado en él á la víspera. El caballo por su propio instinto tomó una de las sendas del bosque, y en un abrir y cerrar de ojos llegó nuestro hombre á su humilde morada.
Vióse rodeado al momento de todos sus hijos; pero al mirarlos le saltaron las lágrimas. Tenia en la mano la rama de rosal que para Linda llevaba; y al entregársela le dijo: '
—Toma estas rosas, que han de costarle muy caras á tu desventurado padre; y contó a su familia la desgraciada aventura que le acababa de pasar.
No bien hubo concluido, las dos hermanas mayores prorumpieron en desaforados gritos, y se desataron en injurias contra la pobre Linda, que no lloraba.
—Ved aquí los resultados del orgullo de esa moco-