mi corona, ¡cómo he de poder pagarte lo que por mí has hecho!
Admirada Linda, ébria de gozo, levantó al príncipe, y los dos juntos se fuéron al castillo. ¡Cómo pintar la alegría que sintió la pobrecita al encontrar á toda su familia reunida en el salon, adonde la habia traido la hermosa dama que se le apareció en sueños!
—Ven, Linda, dijo la buena Hada, ven á recibir el premio de tu acertada eleccion: has preferido la virtud á la hermosura y al talento, y te has hecho digna de encontrar todas estas prendas reunidas en una sola persona. Serás una gran reina. En cuanto á tus hermanas, conozco su depravado corazon, y las condeno á trasformarse en estátuas; y debajo de sus miembros de piedra he de hacer que conserven el uso de su razon. Colocadas á la puerta de tu palacio quiero que sean testigos de tu dicha. Podrán recobrar su primer estado, luego que reconozcan su maldad y se arrepientan de sus perversas inclinaciones. Pero me temo que han de quedarse convertidas en estátuas por los siglos de los siglos. La vanidad, la ira, la gula, la pereza pueden refrenarse y corregirse; pero un corazon depravado y roido por la envidia no se enmienda jamás.
Un golpe de la varilla de Hada trasladó á todos los que en el salon estaban á los reinos del príncipe. Sus vasallos le recibieron con vivas demostraciones de alegría. Celebróse la boda y vivieron los esposos largos años, colmados de felicidades, porque fueron virtuosos.