ves, y su mujer se las entregó con una mano tan trémula, que el receloso marido al instante cayó en la cuenta de lo que habia sucedido.
—¿Porqué no traes la llave del gabinete? le dijo.
—No sé, contestó ella. Estará arriba en mi mesa.....
—Venga al momento; replicó Barba-azul.
No valieron contestaciones, ni disculpas: no hubo más remedio que subir por la llave.
Barba-azul, despues de examinar la llave, le dijo á su mujer:
—¿Porqué está manchada de sangre?
—Yo qué sé, contestó la muchacha más pálida que la muerte.
—¿Con qué no sabes? exclamó Barba-azul: pues yo sí lo sé. ¿Quisiste entrar en el gabinete? Bueno, bueno, entrarás en el gabinete, é irás á colocarte al lado de tus compañeras.
La infeliz muchacha se arrojó á las plantas de su marido, hecha un mar de lágrimas, pidiéndole perdon y dando prueba harto manifiestas de cuán arrepentida estaba de haber quebrantado sus mandatos.
Tan hermosa y afligida era capaz de quebrantar una peña; pero el corazon de Barba-azul era más duro que las peñas.
—Señora, le dijo, moriréis, y al insante.
—¿Porqué quieres matarme? respondió ella mirándole con los ojos arrasados en llanto. Concédeme al menos algun tiempo para rogar á Dios.
—Medio cuarto de hora, replicó Barba-azul: ni un minuto más.