miento, que por dos ó tres veces distintas estuvo á pique de romperse la crisma.
Al llegar á la puerta del gabinete, acordándose de la terminante prohibicion del marido, y temiendo las resultas de la desobediencia, se detuvo un momento; pero la tentacion venció al temor, y no hubo remedio. Echa mano á la llavecita y abre, temblando, la puerta del gabinete. Al principio no pudo ver nada, porque estaban cerradas las ventanas; al cabo de un rato empezó á notar que el suelo estaba lleno de sangre cuajada, en la cual se reflejaban los cadáveres de muchas mujeres sujetadas á lo largo de las paredes. Eran las esposas de Barba-azul, degolladas una en pos de otra por el feroz marido. Quedó muerta de miedo, y la llave del gabinete, que acababa de quitar de la cerradura, se le cayó de la mano.
Recobrada algun tanto del susto, cogió la llave, cerró la puerta, y subió precipitadamente á su habitacion para respirar con libertad; pero no pudo dominar su emocion terrible. Como advirtiese que la llave del gabinete estaba manchada de sangre, dos ó tres veces intentó limpiarla, mas en balde: la mancha no queria salir. Por más que la lavó, por más que la frotó con arena y con asperon, la sangre no se quitaba; porque la llave estaba encantada y no habia medio de limpiarla. Cuando la sangre desaparecia de un lado, aparecia en el otro.
Barba-azul regresó aquella misma noche, y dijo que por el camino habia recibido cartas, noticiándole la feliz conclusion del negocio que le sacó de casa. Su esposa le demostró tan bien como pudo, cuánto se alegraba de su pronta llegada. Al dia siguiente Barba-azul pidió las lla-