—Corre el pestillo, y se abrirá el portillo.
El Lobo corrió el pestillo, y se abrió el postigo de par en par. Como hacia tres dias y tres noches que su mercé estaba á diente como haca de bulero, cate V., que sin decir esta boca es mia, se arroja de sopeton sobre la pobre vejezuela, y en un santiamen la devoró.
En seguida cierra la puerta y se acuesta en la cama de la abuela, esperando á Amapola, que no tardó en llamar. Tras, tras.
—¿Quién?
Amapola al oir la bronca voz del Lobo, de pronto se asustó; pero creyendo que era que su abuela estaba constipada, dijo:
—Soy yo, soy Amapola. Abre, abuelita, que de parte de mi madre te traigo una torta y un tarrito de manteca.
El Lobo, procurando suavizar el sonido de sus palabras, dijo á su vez:
—Corre el pestillo, y se abrirá el portillo.
Amapola corrió el pestillo, y se abrió el postigo de par en par.
El Lobo, no bien la vió entrar, muy arrebujado con la ropa de la cama, le dijo:
—Mira, pon la torta y el tarrito de manteca dentro la artesa, y ven á acostarte.
Amapola se desnuda, y se mete en la cama; pero ¡válame Dios, cuán grande fué su asombro al ver la facha de su abuela en porreta!
—Abuelita, dijo: tienes unos brazos muy grandes.
—Son para abrazarte mejor, hija mia.