de nubes de oro no brilla un azul y tan hermoso tan sereno como el que aquella delicadísima tela ostentaba. La princesa tuvo de ello un pesar muy grande, y no sabía cómo salir del terrible aprieto en que se veia colocada. El rey instaba para la celebracion del contrato.
No hubo más remedio que apelar de nuevo á la madrina, la cual, admirada de ver deshecha su trama, aconsejó á la princesa que pidiese un vestido del color de la luna. El rey, que nada podia negarle, envió á buscar los más hábiles artífices, y les mandó tan apremiadamente labrar una tela del color de la luna, que ántes de veinte y cuatro horas ya la tenia en su poder. La infanta más admirada y absorta de ver aquella magnifica obra, que de ver la tenaz solicitud de su padre, al quedarse sola con sus doncellas y su nodriza, se abandonó á los extremos del más intenso dolor.
El hada de las Lilas, á quien nada se ocultaba, vino al auxilio de la afligida princesa, y le dijo:
—O mucho me engaño, ó si pides un vestido del color del sol, hemos de salir con nuestro empeño de aburrir á tu padre; porque nadie del mundo es capaz de fabricarlo, y cuando ménos ganarémos tiempo.
Conformóse la princesa, pidió el vestido, el enamorado rey facilitó con muchísimo gusto para una obra tan excelente todos los diamantes y rubíes de su corona, mandando que nada se perdonase para que pudiera competir con el sol mismo. Al poco tiempo fué presentado el vestido. Lo mismo era mirarlo, que tener que cerrar los ojos. ¡Tan deslumbrante era su brillantez! De aquel entónces datan las gafas verdes y los cristales oscuros.