encaprichado y más terco que nunca; y en consecuencia mandó á la infanta que se dispusiese á obedecerle.
La jóven princesa, en tan terrible angustia no descubrió otro recurso que pedir consejo á su madrina, el hada de las Lilas. Con este objeto, partió aquella misma noche en una hermosa silla volante, tirada por un robusto carnero que sabía todos los caminos, y llegó con toda felicidad. El Hada, que amaba tiernamente a la infanta, le dijo que ya estaba en autos de cuanto acababa de contarle; que estuviese tranquila, pues con tal que siguiese exactamente sus consejos, nada debia temer.
—Querida mia, le dijo; sería un crimen horrendo el casarte con tu padre, mas sin necesidad de contrariarle abiertamente te será fácil evitarlo. Dile que para satisfacer un capricho, es preciso que te regale un vestido del color del cielo. Yo te aseguro que con todo su amor y con todas sus riquezas, no ha de poder llenar este deseo.
La princesa dió gracias á su madrina, y al dia siguiente por la mañana pidió á su padre el rey lo que el Hada le habia aconsejado, jurándole que por ningun concepto obtendria su mano si no le regalaba el vestido del color del cielo.
El rey, alentado con la esperanza que le dejó entrever su hija, llamó á los más famosos artífices, y les encargó el vestido, amenazándoles con colgarles á todos de una encina, si no acertaban á sacarle de aquel compromiso. No tuvo el disgusto de verse precisado á emplear un rigor tan extremado; porque presentaron el deseado vestido. En el firmamento ceñido