No sin gran dolor de su alma pudo apartarse de aquel corredor tenebroso, y si lo hizo, fué para informarse de quién era la encantadora ninfa que en aquel humilde aposento vivia. Dijéronle que era una porqueriza por mal nombre llamada Pellejo de asno, á causa del pellejo que le servia de abrigo; que era tan sucia y asquerosa , que nadie la miraba ni hablaba con ella, y que por caridad la habian recibido en la casa para guardar las ovejas y los pavos.
Poco satisfecho el príncipe de semejantes razones, fácilmente conoció que aquellos patanes groseros oian campanas sin saber dónde; y que hacerles más preguntas sería lo mismo que coger agua en harnero.
Volvió al real palacio de su padre, enamorado hasta los ojos , sin poder apartar un solo instante de su memoria la hermosísima imagen de la deidad que habia visto por el ojo de la cerradura. Pesóle en extremo no haber echado la puerta abajo, é hizo firme propósito de no tener que arrepentirse segunda vez. Pero la viva agitacion de la sangre, ocasionada por el ardor de su pasion amorosa, le produjo una fiebre tan terrible, que en quítame allá esas pajas le puso á los umbrales de la muerte.
Su madre, la reina, que no tenia otro hijo, se desesperaba al ver la ineficacia de todos los remedios. En balde prometia á los médicos las mayores recompensas. Los doctores apelaban á todos los recursos de la ciencia; pero nada les daba la menor esperanza de poder volver su salud al príncipe. Conocieron por último que alguna pena muy honda debia de ser la causa de aquel mal gravísimo, y se lo dijeron á la reina. La desventura-