reducido, que desplegada no cogia en él la cola de tan precioso vestido. La hermosa princesa se miró y remiró, y con mucha razon no se cansaba de mirarse: de suerte que para desterrar el fastidio determinó irse poniendo los disantos todas sus galas una en pos de otra, y puntualmente así lo hizo. Con sumo arte y exquisito gusto adornaba su hermosa cabellera de diamantes y flores; y no pocas veces se dolia de no tener más testigos de su hermosura que sus pavos y sus ovejas, los cuales, á decir verdad, no la querian ménos cuando andaba rebujada en el horroroso pellejo de asno, que dió márgen al apodo que en la alquería le pusieron.
Un dia de fiesta que la hermosa Pellejo de asno se habia puesto el vestido del color del sol, el hijo del rey, dueño de la granja, descabalgó á su puerta para descansar de la cacería. Aquel príncipe era jóven, hermoso y gallardo, amado con delirio de sus padres, el rey la reina, é idolatrado de sus pueblos. Brindósele con una comida campestre, que aceptó con mucho gusto, y luego fué recorriendo los patios y todos los rincones y escondrijos de la casa. Discurriendo de una parte á otra, penetró en un corredor sombrío, á cuyo extremo vió una puerta cerrada. La curiosidad le movió á acechar por el ojo de la cerradura. ¡Cuál no sería la admiracion y sorpresa que le causó la vista de la princesa, tan hermosa, tan ricamente vestida! Al contemplar su aire noble y modesto parecíale una deidad. La emocion vivísima de que en aquel momento estaba poseido su ánimo, habríale impulsado á derribar la puerta, á no contenerle el respeto que tan peregrina hermosura le infundia.