dama no tuviese el dedo tan pequeño como el suyo. ¡Cuán grande no sería su contento al oir que venian por ella y que ya estaban llamanado al portal! Luego que supo, que se bnscaba un dedo de la medida de su sortija, una esperanza vaga la habia impulsado á peinarse con más esmero, á ponerse su lindo corpiño de lnciente plata, con el guardapiés todo lleno de faldones de encaje de plata, y todo cuajado de esmeraldas. Al momento que oyó los golpes al portal, y que la llamaban para presentarla al príncipe, cogió de prisa su pellejo de asno, abrió la puerta de su chiribitil, y todos los criados de la casa fuéron á anunciarle en tono de chunga que el rey la habia mandado llamar para casarla con su hijo. Luego con mucha algazara y soltando sendas carcajadas la acompañaron á la presencia del príncipe, el cual, lleno de sorpresa al ver el mal perjeñado arreo de aquella muchacha, no acababa de creer que pudiera ser la misma que habia visto tan hermosa y tan magníficamente vestida.
Mobino y confuso de haber caido en tan grosero engaño, dijo á Pellejo de asno:
—¿Eres tú la que vive al extremo de aquel corredor oscuro en el tercer patio de la granja?
—Sí, señor, contestó.
—Dame la mano, balbuceó el príncipe, temblando y arrancando del pecho un profundo suspiro.
¡Cáspita! ¡Qué brinco dieron el rey y la reina y todos los gentil hombres de cámara y todos los grandes de la córte, cuando por debajo de aquel asnal pellejo negro y grasiento vieron asomar una manecita delicada, blanca y rosada, en cuyo dedo meñique, el mas cuco del mun-