—Sí á fe, contestó el marido; pero nuestro buen padre Adan, que hizo caso de su parlería, fué tambien un solemne majadero. Podias venirte á mí con camuesas. ¡Ya! ¡ya! Te juro por quien soy que te habia de zurrar la badana, de lo lindo.
Llegóse el rey, y les dijo:
—¡Hola, amiguitos! Buenos trabajos estais pasando.
—Sí, señor, contestaron (sin saber que fuese el rey): crea V. que es mucha cruz. Todo el santo dia de Dios estamos echando los hígados, y gracias que se pueda ir trampeando.
—¡Ea! dijo el rey: venid conmigo, y viviréis sin trabajar.
En este momento aparecieron algunos gentil hombres y monteros que andaban buscando á su majestad, y nuestros buenos leñadores se quedaron con la boca abierta.
No bien llegaron á palacio, el rey les mandó entregar vestidos magníficos, una carroza y lacayos. A la comida les servian doce platos, y al cabo de un mes, veinte y cuatro; pero en el centro de la mesa se colocaba siempre un plato muy tapado. La mujer, picada de la curiosidad, iba á destaparlo, cuando un gentil hombre la detuvo, diciéndole que el re habia prohibido tocarlo, por no querer que nadie supiese lo que dentro contenia.
Luego que los dejaron solos, notó el marido que su mujer estaba triste y que habia perdido la gana de comer. Preguntóle cuál era la causa de aquella nove-