que las sayas de siempre, pero en cambio me pondré mi manto de flores de oro, y mi diadema de brillantes. ¿Es moco de pavo?
Pidiéronse á la peinadora de más fama dos tocados de moda, y se compraron tambien dos lindísimos lunares á la maestra más entendida en el ramo. No dejaron las hermanas de consultar á la Cenicienta, cuyo buen gusto nadie podia negarle. La Cenicienta les dijo su parecer, y se ofreció á peinarlas. No se hicieron de rogar. Miéntras las estaba peinando, le decian:
—Cenicienta, ¿te gustaria ir al baile?
—¡Se burlan Vds., señoritas! No se hizo la miel para la boca del asno.
—No te falta razon: figúrate lo que se reiria todo el mundo al ver en el baile á nna Culicenicienta.
A ser otra la Cenicienta, las habria dejado pnestas unas fachas; mas era tan bondadosa, que las peinó á las mil maravillas.
Casi dos dias estuvieron sin catar un bocado; ¡tan locas estaban de alegría! Más de doce cordones con herretes hicieron pedazos á fuerza de atacar la cotilla, para adelgazar la cintura; y no se quitaban un instante del espejo.
Llegó por último el venturoso dia: fuéron al halle, y á la Cenicieta se le iban los ojos tras ellas.
Cuando ya las perdió de vista se echó a llorar. Su madrina, viendo que lloraba á lagrima viva, le preguntó qué tenia.
—Yo quiero..... yo quiero..... Tan de véras lloraba, que no pudo acabar la frase.